
Me animo a escribir (aunque no es algo que haga habitualmente), para recordar a una persona querida y admirada en el pueblo. Seguro que a lo largo del escrito, toda aquella gente que lo conoció, sabrá de quién se trata.
Era un hombre pequeño, pero de muchas y grandes virtudes. Siempre me llamó la atención que, con lo que le gustaba jugar a las cartas, prefiriese mirar (eso decía él) posiblemente para que disfrutasen lo demás, o porque era un gran observador, siempre un paso detrás, pero presente en todas las ocasiones, dando su opinión de vez en cuando, pero de forma comedida. Prudente y respetuoso con todos, tanto mayores como pequeños, pocas eran las personas con las que no tuviera relación.
Su sentimiento religioso formaba parte de su vida, estoy convencida de que aparte de por costumbre, lo sentía profundamente. Siempre era el primero en llegar a cualquier acto y siempre estaba dispuesto para rezar el rosario, cuando la ocasión lo requería. Sus convicciones las lleva a su vida y a su forma de ser.
No tenía hijos, pero se consideraba el abuelo de los míos y de todos los pequeños de la familia (incluso de los vecinos). No faltaba nunca su visita dominical, para darles la propina, “es poco, pero ya sois muchos” decía con una sonrisa.
Nos hizo sentir el gusto por las costumbres del pueblo. Fue pastor de joven, de donde le venía su hábito por la lectura, algo sorprendente en la España que le tocó vivir y en la que raro era el que sabía alguna letra. Sus relatos de cómo cogía los conejos, a lazo, a la salida de la madriguera o en los caminitos libre de vegetación que hacían los animalitos en sus salidas nocturnas para ir al váter (área circular cubierta de bolitas negras) eran para mis hijos como pequeñas hazañas de un héroe. Nunca faltaban las setas para toda la familia. Nos mostró sus lugares favoritos, aunque nunca entendí como las veía. Mientras nosotros cogíamos una, él ya nos llevaba un buen trozo “para que las ovejas no lleguen antes “, pero nos esperaba en el rodal y es que prefería que las cogiésemos nosotros. Mi hijo le acompañaba a primerísima hora de la mañana a coger las del arroyo (setas de chopo) que antes nadie cogía, pero que poco a poco fuimos descubriendo. Cuando ahora vamos a cogerlas, siempre nos acompaña su recuerdo, y la certeza de que se sentiría feliz al ver que continuamos las tradiciones.
En la última etapa de su vida, pasaba el invierno en Zaragoza y el resto del año en Campillo. La recogida del tomillo y la manzanilla era otra de sus costumbres, que actualmente seguimos realizando. Siempre en la despensa y en la cámara, tenía sus atillos, que llenaban de olor toda casa. Las cogía a finales de mayo o junio y al igual que las setas, todos teníamos nuestra parte. De estos atados varios se iban a tierras lejanas, donde gracias a ellos se le recordaba en muchas ocasiones. El típico conejo en salmorejo olía a Campillo de Dueñas.
¡¡¡ Tío Primiiii !!! no te comas todo el morteruelo…………………………
Este pequeño recuerdo, es para ti, “Primi"